Este es más cortito que el primero...lol
Espero que os guste :3
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Había pasado ya un mes desde que volví. Como muchos días, estaba sentada delante de la ventana de mi habitación, viendo a los últimos rayos del sol caer en el horizonte. Ya me había habituado completamente a la vida aquí, y veía a mi hermana cada poco tiempo, pero el dinero empezaba a escasear, así que me pasé los días buscando trabajo. Había mirado en todo tipo de talleres, supermercados, oficinas, empresas, tiendas…después de una semana ya me empezaba a preocupar, cuando la dependienta de la tienda a la que solía ir a comprar empezó a buscar a alguien que la ayudara, sobre todo cuando traían mueva mercancía, porque decía que tantas cosas pesaban demasiado para ella, y le costaba mucho tiempo ordenar todo, así que me contrató. Por otra parte, su hija también solía pasarse por allí de vez en cuando, y mi hermana solía ir con ella.

Pese a que solo llevaba trabajando allí medio mes no había podido evitar fijarme en un muchacho que pasaba por la tienda todos los días, siempre comprando algo distinto. La primera vez que clavó sus ojos verdes en mí estaba con una cesta de naranjas en la mano, y se me cayeron al suelo, rebotando en las baldosas. Yo murmuré una disculpa y me agaché a devolverlas a la cesta. Iba a coger la última cuando vi su mano, tendiéndomela. Le sonreí, y él me devolvió la sonrisa.

Después, con las mejillas rojas, me di la vuelta para dejar las frutas en su sitio, y fingí ponerme a ordenar algo en las estanterías. Solo cuando oí sus pasos hacia la calle me volví para ver el reflejo del sol de Agosto en su pelo rojizo. La dependienta se quedó mirándome y luego soltó una alegre carcajada. Yo, azorada, proseguí con mi trabajo sin decir ni una palabra.

Y, sin embargo, a pesar de que no me podía quitar de la cabeza a ese chico, echaba muchísimo de menos a Erik. Me faltaban sus bromas tontas, sus risas, su manera de ver la vida. El fin y al cabo, éramos casi como hermanos, habíamos nacido casi a la vez, y desde pequeños sabíamos que éramos iguales. Me encantaba ver sus ojos azules saludándome cada mañana con una promesa imposible distinta cada día.

Me estaba quedando adormilada cuando alguien llamó al timbre. Me sobresalté y me caí de la silla. Ya en el suelo miré mi reloj ¿Quién llamaba a estas horas?

Bajé por las escaleras frotándome la espalda, que me había golpeado con la silla al caer. Abrí un resquicio la puerta y miré fuera. Allí estaba un hombre con un traje negro, camisa blanca y corbata. Rondaba los treinta y pocos años, y su cara era agradable, pero había algo en él que no me acababa de gustar. Él sacó una placa de policía de un bolsillo de su chaqueta y me la enseñó.

-Por favor, ¿puedo pasar?-Preguntó.

Sin decir ni una palabra le abrí la puerta, y le indiqué que pasara al salón. Allí nos sentamos, él en el sofá y yo en una silla. Él empezó a hablar sin rodeos.

-Siento haberla molestado a estas horas de la noche, pero su hermana ha desaparecido.

Palidecí.

-Su novio denunció su desaparición hace unas horas, ¿sabe donde puede estar?

Negué con la cabeza. Clara…

-¿Le importaría que le hiciera unas preguntas?

Volví a negar.

-¿Cuándo la vio por última vez?
-Por...por la mañana. Fuimos al centro y luego la dejé en casa…

A esta se sucedieron interminables preguntas más, a las que yo respondía casi mecánicamente. ¡Clara! ¿Quién podría habérsela llevado? No era posible que se hubiera ido ella sola, estaba a gusto aquí, era feliz. ¿O no?

-Señorita, ¿Se encuentra bien?

Levanté la mirada, que inconscientemente la había bajado hasta el suelo. Él estaba allí, de pie, mirándome fijamente.

-Sí, sí…lo siento.

Me levanté y le acompañé a la puerta. Él me tendió la mano y yo se la estreché, pero no era yo misma. ¿Y si se había ido? Realmente había estado un poco extraña estos últimos días…

-Le avisaremos si tenemos alguna noticia. Gracias por su tiempo.
-Gracias-Susurré, antes de cerrar la puerta.

Deambulé hasta el salón de nuevo, y me acerqué a la ventana. ¿Dónde estás, hermanita?

-Va…Vainilla…

Me volví, como un rayo, tensa, alerta. Y allí estaba ella, en el pasillo, pálida, con ojeras, la ropa sucia y rota en algunos sitios. Parecía haber estado llorando. Di unos pasos hacia ella y se echó en mis brazos, mientras las lágrimas le corrían otra vez por las mejillas.

-Perdóname…-Murmuraba entre los sollozos.-Me han descubierto, saben quién soy…
-Clara, espera-Dije apartándola un momento.- ¿Quiénes lo saben?
-Ellos, los hombres del gobierno…
-Clara, tranquilízate. Nadie nos ha descubierto, estamos a salvo.
-No, tú no lo entiendes…Nos están vigilando constantemente, los veo por la calle, cuando salgo…
-Te estás volviendo paranoica, relájate. Nadie nos vigila, habrán sido coincidencias, solo eso.
-¡Tienes que creerme! Esta mañana, cuando te fuiste a casa yo bajé un momento para recoger algo, ya no me acuerdo, cuando un coche negro se paró delante de mí e intentaron meterme dentro…y…y…

La abracé con fuerza mientras intentaba encontrar las palabras para calmarla.

-Y entonces volví a casa, Ileva.-Acabó, con un sollozo.

Ileva… ¿Me había llamado Ileva?

-¿Qué quieres decir con eso de que volviste a casa?
-Que crucé la puerta.