Muchas veces me han preguntado si alguien, alguna vez y en algún lugar sería capaz de dejar la mano sobre la llama de una vela más de cinco minutos. Es interesante preguntártelo cuando estas en medio de una hoguera…Si, dentro de una hoguera. Y no pequeña, por cierto. ¿Os preguntáis qué hago aquí dentro? Pues la cosa es graciosa…más o menos. Resulta que un chaval decidió quemar una furgoneta. ¿Veis? Gracioso, aunque para él. ¿Y qué? Pues…que la furgoneta es mía. Bueno, mía no, de mis padres. Más bien lo era, porque el plástico se está derritiendo a mí alrededor, el metal está al rojo vivo, todas nuestras cosas reducidas a cenizas, y la puerta cerrada.
Durante un tiempo había estado tratando de abrirla, cuando las llamas aún no habían llegado hasta mí y oía las risas de los demás fuera. Pero, ahora que estoy en medio, ¿qué más da? No estoy muerta, creo. Al menos aún siento calor a mí alrededor. Estoy sentada sobre el metal, mientras las llamas acarician mi piel sin dañarla. Mi pelo rojizo se confunde con las llamas del techo, que lo atraviesan como si fuera humo.
Poco a poco todo se vuelve a enfriar de nuevo. Ya no se oyen las risas. Solo oigo los quejidos de la furgoneta, que ahora está negra como el carbón. Con un movimiento grácil bajo a la calle. Todo está desierto. ¿Qué dirán mis padres? Todo lo que teníamos está siendo arrastrado por el viento. Unas lágrimas corren por mis mejillas. Todo ha desaparecido, ya no está allí.
Desde una esquina resuena un grito. Mi madre corere hasta mí, con mi padre detrás. Me miran, asustados. Entonces, un mechón de pelo cae sobre mi frente, y al subir la mano para quitármelo, veo que esta esta amarilla, naranja y rojiza. Sonrío con tristeza. ¿No decían que era imposible?