Mi padre se asomó por la puerta de mi habitación. Yo estaba tumbada en la cama, leyendo algo.
-Recuerda que hoy vamos a cenar a casa de los vecinos. Pasaremos dentro de una o dos horas.
Asentí con la cabeza y le oí subir las escaleras. Resoplé. Y otra vez pasamos a casa de los vecinos. Bueno, lo admito, solo cenamos allí de vez en cuando, pero puede llegar a ser algo…irritante.
Me levanté de la cama y me duché. Después pasé más de media hora vistiéndome y arreglándome, y al acabar me senté en la cama a leer para hacer tiempo. A la hora señalada bajé al piso de abajo y me puse el calzado. Estuve dudando entre unas deportivas de deporte que me encantaban y unas manoletinas que me hacían daño en los tobillos. Al final me encogí de hombros y me puse las zapatillas de casa. Al fin y al cabo, ellos vivían al lado.
Esperé a que bajara mi padre y salimos a la calle. Para ser Agosto, hacía bastante frío, y sentí la brisa en los brazos. Llamamos al timbre de la otra casa y, mientras esperábamos, pude escuchar los gritos de los niños y la conversación de los adultos. Parecía que tenían visita. Miré significativamente a mi padre, y este esbozó una sonrisa cansada. Seguramente, tampoco lo sabía.
Nos abrieron la puerta y pasamos los dos hasta el salón. Allí estaban otras doce personas, que se callaron en cuanto entramos. De entre ellas, cinco eran niños, y la más mayor tenía apenas once años. Me invitaron a sentarme con los pequeños, siempre los pequeños. Miré anhelante la mesa grande durante un segundo, deseando que de una vez me consideraran como la adolescente de quince años que era. Una de las niñas corrió hacia mi gritando “¡Bisabuela!”, y se hecho encima de mí.
-Hola bisnieta-Sonreí.
El niño más pequeño, de solo cinco años, se acercó y me saludó, antes de volver a sus juegos. Su hermana, la más mayor me dijo un frío “hola”, solamente por cortesía. Los demás no s molestaron en decirme nada.
El padre de los dos hermanos, mi vecino, se acercó a mí, y me preguntó.
-¿Quieres sentarte con nosotros, o prefieres quedarte aquí?
-Pues…prefiero sentarme con vosotros, si no es mucha molestia…
-Si, claro-Sonrió.-Ahora te pongo otra silla.
Durante la cena apenas mordisqueé un poco de pan. Nada de lo que había allí me gustaba, pero no comer nada quizás hubiera sido descortés, así que me esforcé en tragar algo. Pulpo, cangrejo, langostinos…Perfecto, solo podían poner asqueroso marisco.
Sonreía por cada comentario que ellos creían gracioso, y hablaron desde la ropa que se habían comprado ellas el día anterior hasta las cervezas y las horas de fútbol que habían bebido y jugado ellos. También tocaron el tema de los matrimonios, y no pude evitar fijarme en las sonrisillas nerviosas de mi padre. Me pareció una broma cruel.
De vez en cuando desviaba la mirada hacia el televisor, donde desfilaban estúpidos dibujos para niños. ¿Qué me pasaba? Por una parte, sentía que aquellos dibujos eran exasperantes y aburridos, pero por otro me interesaban bastante más que la pesada charla de los adultos. Suspiré, y me despedí antes de volver a casa. Mi padre se quedó con ellos un poco más.
Y, ahora, mientras escribo estas mismas palabras, pienso… ¿Qué soy? Tengo cuerpo de mujer, pero mi mente se contradice. La niña que fui se está viendo desplazada paso a paso por la mujer que un día seré, pero es un cambio extraño, que creo que nunca llegaré a comprender del todo.
Pero ahora es tarde, y creo que dejaré de escribir.